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Los nativos nos trataron con no poca amabilidad, pues nos recibieron a todos y encendieron un fuego a causa de la lluvia que caía y del frío.

Entonces, al recoger Pablo una cantidad de ramas secas y echarlas al fuego, se le prendió en la mano una víbora que huía del calor. Cuando los nativos vieron la serpiente colgada de su mano, se decían unos a otros: “¡Seguramente este hombre es homicida, a quien, aunque se haya salvado del mar, la justicia no le deja vivir!”.

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